¿VAN LOS ANIMALES AL CIELO IGUAL QUE LOS HOMBRES? Un brevísima respuesta desde el catolicismo.

José Alejandro Rosero Puentes

Es verdad que es muy triste la perdida de nuestros animales, en muchas ocasiones son nuestros amigos, e incluso en momentos de dificultad son héroes que salvan vidas, como por ejemplo perros antiexplosivos, perros rescatistas, etc.

No obstante afirmar que ellos «van al cielo» o «se convierten en angelitos» es un error.

Lo que sucede es que los animales tienen un alma diferente a la de nosotros los humanos, pues, mientras el alma de los animales muere cuando muere el cuerpo, toda vez que dicha alma no es espiritual sino solamente es el impulso vital que les da vida a dichos animales; por otro lado, el alma humana al ser un alma espiritual no muere cuando fallece el cuerpo.

En el libro de Genesis 1:27 se dice que Dios creo al hombre a su imagen y semejanza. Teológicamente se ha llegado a la conclusión de que la semejanza entre Dios y el hombre obviamente no es corporal o material ya que Dios no es un ser físico, sino que dicha semejanza es espiritual en lo que respecta a la racionalidad (diferenciar entre el bien y el mal), la libertad y la capacidad de buscar a Dios. Vemos por ejemplo que mientras los humanos realizamos un culto a lo divino, y buscamos todo aquello que es divino, los animales no. Mientras que el ser humano diferencia lo bueno y lo malo, los animales no. Mientras que el ser humano actúa con libertad de acuerdo con sus potencialidades de inteligencia y voluntad, los animales no pues actúan es por instinto.  

Ahora bien respecto de esa cita bíblica, el catecismo de la iglesia católica en el canón 357 nos dice lo siguiente: «Por haber Sido  (el hombre) hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de PERSONA; no es solamente ALGO, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poderse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es LLAMADO POR LA GRACIA, a una alianza con su creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que NINGÚN OTRO SER puede dar en su lugar.»

El paraíso terrenal Brueghel el viejo1615/1625
El pintor representa en esta tabla el pasaje bíblico de la tentación y expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Las dos escenas del Génesis recogidas en el cuadro se ordenan cronológicamente por su disposición espacial dentro de la obra, jugando con la escala y la perspectiva. En primer plano aparece Eva con gesto grandilocuente señalando con su mano izquierda el Árbol del Bien y del Mal, que centra la composición, y en el que se enrosca la serpiente, mientras que con la derecha ofrece el fruto prohibido a Adán que, sentado y desnudo como su compañera, parece resistirse a la tentación. Los rodea un inmenso jardín, más parecido a un bosque, estructurado en diferentes planos para conseguir la perspectiva y profundidad. Un cielo, de luminosas nubes, sirve de fondo para destacar las minuciosas pinceladas de las copas de los árboles. 

Consecuentemente, en Génesis 2:7 se nos dice que «El señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en sus narices aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo». Es así, que en este pasaje podemos ver una creación del hombre diferente a la de los demás «animales» de la creación, pues acá además de la formación del hombre   mediante la materia «Dios formó al hombre del polvo de la tierra», también se nos habla de otro componente que es el espíritu, «e insufló en sus narices aliento de vida» lo cual está en concordancia con la cita de Génesis 1:27.

Por otro lado, se debe aclarar el concepto de cielo. Erróneamente dentro de la cultura popular se cree que este es un lugar, no obstante, se debe entender al mismo como un estado espiritual en el cual vamos a ser partícipes del ser de Dios, de la vida trinitaria, es más vida perfecta en comunión con la divinidad. Dice el catecismo de la iglesia católica en el canón 1024 que «Está vida perfecta con la Santísima Trinidad, está comunión de vida y amor con ella (…) se llama cielo. El cielo es el fin último la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha».

Lo anterior quiere decir que para poder entrar al cielo, se debe tener un tipo de vida que no solo se límite a la materia  sino trascienda a un tipo de  vida de espíritu;  además de estar y morir en gracia de Dios,  debido a que para entrar al cielo se debe estar en gracia de Dios (canón 1023 catecismo ICAR), y la única forma de tener dicha gracia  es cuando somos llamados por ella, y para ser llamados por ella debemos ser creados a «imagen y semejanza  de Dios», semejanza que solo se da en un alma espiritual (no en ningún cuerpo material), alma espiritual que solo tienen los humanos cuando «el señor insufló en sus narices aliento de vida».

Ahora bien, también se debe diferenciar los dos juicios que hay, el particular y el universal, no obstante, aunque es un tema ligado, no es el punto principal del que se trata aquí.

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