Innegablemente, el mundo se encuentra en una vorágine insalvable que le está llevando a su propia destrucción. Hemos alcanzado el progreso sin parangón en las tecnologías, las ciencias, robótica, computación, pero el género humano, en el aspecto interior, espiritual y psicológico, se encuentra ante la hecatombe de la extinción, pues hemos alcanzado el punto crítico de la degradación del espíritu humano.
En un mundo tan avanzado, que crece, se enriquece y progresa tanto, el Hombre se encuentra con un vacío existencial y sin nadie que lo guie, lo que lo lleva al intento de encontrar la felicidad, el amor, la amistad, la paz en lo superfluo y banal; su angustia y oquedad lo lleva a caminos de degeneración y perversión insalvables. Esta es la historia de una humanidad que reemplazó el cultivo del espíritu para dirigirse por la senda de lo fútil.
Graves y extremas son mis acusaciones, pero no son infundadas; cada día se sobrepasa un tope, un límite, ora de la costumbre, ora de la ley, ora de la naturaleza; hoy no existen límites claros, todo es posible, válido, solo tomemos de ejemplo el asesinato sistemático y subsidiado en la mayoría de las latitudes que se conoce con el eufemismo de aborto, otro, la eutanasia, el cambio de sexo a través de la amputación de los genitales y la hormonización incluso a niños, el travestismo y la teoría Queer, las prácticas sexuales violentas y promiscuas, la normalización del alcoholismo, la drogadicción y la pedofilia, el libre desarrollo de la personalidad, el lenguaje inclusivo, la adicción a la pornografía, entre otras tanto o más degeneradas. En suma, la apoteosis misma de la estupidez con mayúscula.
El propio mercado y el “progreso” nos han llevado a eso, pues se considera que aquel no es moral ni inmoral, sino que es precisamente amoral; justo ese tránsito y abolición de la moralidad y el cuidado de las profundas necesidades espirituales humanas han llevado al hombre a llenarlo y tenerlo todo, excepto una cosa, una base moral sólida, un horizonte al que mirar, una pauta que nos permita discernir lo negro de lo blanco; eso se acabó o diluyó para millones de personas, y es que es bien sabido que la vida tiene para cada uno de nosotros un propósito y fin, pues una vida que consiste solo en salvarse o perecer, en saciar las necesidades carnales, cuyo sentido depende del azar de las miles de arbitrariedades que conforman la vida, no merecería ser vivida en absoluto.
Y eso es lo que ocurre; miles creen que su vida o existencia no tiene sentido, no tiene propósito, y como el espíritu, la psique, si se prefiere, busca una razón de la existencia, han encontrado esa “razón” en nefastas ideologías, que no promueven el inmenso valor innato del ser humano, de la vida, la paz, un propósito moral, sino que es precisamente lo opuesto; son movimientos que promocionan la muerte, la desesperanza, el absoluto subjetivismo moral y el predominio de las pasiones.
Al reemplazarse los más altos propósitos del ser humano, al desarraigar al Hombre de existir más allá de sí y para sí mismo, el propósito espiritual hacia un fin moral, hemos dejado expuesto al mundo, y en consecuencia todo lo anterior se ha desboronado, de la trascendencia a lo trivial, de la solidaridad al egoísmo, de lo espiritual a lo material, de lo eterno a lo efímero, de la vida a la muerte, lo que tiene como consecuencia última que el ser humano hoy carece de una guía para su actuar, y con frecuencia no sabe cómo comportarse. Por ello, hace lo que otras personas hacen o hace lo que quieren que haga.
De manera inevitable, como lo señala Frankl, “[u]n hombre que se vuelve consciente de su responsabilidad ante quien lo aguarda con todo su corazón, o ante una obra por terminar, nunca será capaz de tirar su vida por la borda. Conoce el porqué de su existencia y podrá soportar casi cualquier cómo.”
Así cada individuo necesita inexorablemente luchar por una meta que merezca la pena, por algo que le dé un sentido a su existencia, pero se han transmutado los antivalores en verdaderos principios rectores, y como se muestran como tal, muchos lo siguen y luchan por ellos, pero en ese ejercicio se destruyen así mismos, se dañan y deteriora su interior, de manera acertada. Viktor lo escribe: “[e]l vacío existencial es la neurosis colectiva más frecuente en nuestro tiempo. Se la describe como una forma privada y personal de nihilismo, y el nihilismo se define por la radical negación de sentido del hombre.”
Ante estos despropósitos estamos expuestos; ¿Cómo una joven vida sin guía podría encontrar el propósito moral entre la podredumbre?, ¿Qué otro camino, sino el imperante hoy, la promiscuidad y las granjerías infames, podría seguir?, Es posible sin duda, pero se torna muy difícil, un trabajo apoteósico que pocos logran.
En la misma senda, la búsqueda de un propósito verdadero requiere ser consciente de sí mismo y resistir activamente los falsos ideales que nos rodean. Por lo tanto, la pregunta no es simplemente cómo evitar el camino del deterioro, sino también cómo desarrollar una brújula moral que oriente hacia un sentido verdadero, trascendiendo la superficialidad y el vacío de los tiempos actuales.
Cuestiones que encuentran su respuesta, a menos a priori, en varios puntos; primero, el abandono de la tolerancia y la permisión, pues tolerar a diferencia de lo que se tiende significa en su primera acepción lo siguiente: es aceptar a regañadientes una situación que en realidad debería ser criticada, un mal que sería preferible prohibir y vedar, pero que, por diversas razones, no queda más remedio que permitir y soportar. Balmes, en el siglo XIX, la definía como «el soportar algo que se considera malo, pero que se juzga conveniente dejar sin castigo (…) de tal modo que la idea de tolerancia siempre va acompañada de la noción de maldad».
Y precisamente esa tolerancia es la que debemos abandonar, pues es justo ese “valor” el que nos ha causado tanto mal, durante décadas, en nuestra ignorancia, y porque no, en la inocencia, permitimos como sociedad que naciese de nuestro seno lo que hoy nos amenaza y lleva a la desolación. La permisión influenció el deterioro y el surgimiento de funestas ideologías.
Aún en su génesis, consideramos que debíamos tolerar esas decadencias, siempre que no nos hicieran ningún mal a nosotros; así, fuimos concediendo y cediendo cada vez más y más, y con el uso del marketing, la metamorfosis del lenguaje y de los valores, han hecho que lo negro se convierta en blanco, o por lo menos que se nos muestre como un gris que podemos permitir, que es funesto, pero tolerable, nos sumimos en una extraña duermevela, de la que aún no nos hemos despertado del todo.
La hora de despertar y quitarle la máscara a la oscuridad es el primer paso, dejar de tolerar todo el mal que nos trae la ideología de género, el comunismo, el nihilismo, el satanismo, en suma, el progresismo imperante, es el paso que debemos dar, ver y tratar a estas ideas como lo que son: una amenaza.
Recuérdese que el derecho a la libertad de pensamiento y opinión, aunque no es absoluto, siempre es bienvenido; no obstante, eso no significa que el contenido de estos sea necesariamente respetable. Tales criterios deben ser cuestionados, refutados y debatidos, e incluso prohibidos, como ya lo hemos hecho con las ideas y símbolos del nazismo.
Segundo, para revertir todo lo hecho por estas ideologías y movimientos, debemos sanar y curar todas aquellas heridas dejadas durante décadas que tanto perjuicio nos han causado, concientizados de que nos dejaran una cicatriz ingente; comenzando por penalizar conductas que nunca debieron salir de nuestros códigos penales, como el consumo de estupefacientes, pornografía y psicotrópicos; de otra parte, el generar políticas públicas contra el aborto, el travestismo, transexualismo y similares, para que estas personas con diferentes patologías y disforias puedan ser tratadas por especialistas de la salud y que el dinero que hoy se da para auspiciarlos sea destinado a sus tratamientos.
Por otro lado, es necesaria la limpieza de los pénsum de colegios y universidades que promuevan y normalicen estas prácticas, que romanticen el consumo de drogas y la vida libidinosa; la desfinanciación por parte del erario público a todos estos movimientos y subsidios que costean hoy el cambio de sexo incluso en menores (amputando los genitales), la matanza a ultranza (aborto), el subsidio a los drogadictos (centros de consumo), el especial apoyo a partidos políticos de estos grupos, las subvenciones a los ninis (ni trabajan, ni estudian) e inmigrantes por el hecho de serlo.
Es un trabajo muy parsimonioso y desgastante, pero que requerimos realizar, cueste lo que cueste, pues si no limpiamos todas esas políticas y programas que promueven lo que ya no podemos tolerar más, como un hongo que no es expurgado en su totalidad, se diseminará nuevamente.
No se trata de censurar, de quemar libros, de callar las opiniones; tiene que ver con un trabajo consiente, consensuado y racional de la sociedad en su conjunto; tampoco tiene que ver con que las generaciones venideras lo desconozcan todo y sean ignorantes ante los actos de barbarie que se cometieron, no, al contrario, como dice Irene Vallejo, “[n]o por eliminar de los libros todo lo que nos parezca inapropiado salvaremos a los jóvenes de las malas ideas. Al contrario, los volveremos incapaces de reconocerlas.”
De ahí que, debamos enseñar sin tapujos cómo se lleva el bochornoso asesinato en el acto de un aborto, como son las “transformaciones de sexo”, las consecuencias de las drogas, de las ETS, de la ideología de género, del comunismo, de toda esa barbarie, para que de manera consciente e informada podamos evitarlas a futuro.
Tercero, revivir y restaurar la educación del espíritu; que la humanidad vuelva a encontrar sentido a sus vidas. Si se revive la educación sobre las más profundas necesidades espirituales del ser humano, si se da horizonte para responden a las grandes preguntas que a todos nos son comunes, si se cultiva la caridad, la trascendencia, la solidaridad, el propósito moral de vivir y trabajar más allá de uno mismo, si hacemos eso, al revelar las herramientas para que como individuos hallemos el sentido último de nuestras vidas y trabajemos en consecuencia, con ello, ipso facto, desestabilizaremos a las nefastas ideologías nihilistas y materialistas.
Si cada cual es consciente del infinito valor del género humano y de la vida en su conjunto, volveremos por las rectas sendas del verdadero progreso, uno espiritual mancomunado con lo material.
Y aquellas religiones de tradición judeocristiana, en el seno de sus comunidades, de manera imperativa requieren la enseñanza y arraigo a su fe, pues allí se haya la respuesta al horizonte moral, que, aunque inmodificable, no resulta estático. En sus axiomas se encuentra el código moral atemporal, el más importante que nos ha acompañado como humanidad durante 4 mil años. Ese es el cimiento más relevante que debe ser reafirmado.
A fin de cuentas, una educación del espíritu, de la mente y del cuerpo con una vocación, un sentido individual y colectivo, en contraposición al materialismo, nihilismo, subjetivismo moral y predominio de las pasiones; es la característica más humana, como lo expone Frankl, “[s]er hombre implica dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo, bien sea para realizar un valor, bien para alcanzar un sentido o para encontrar a otro ser humano. Cuanto más se olvida uno de sí mismo -al entregarse a una causa o a la persona amada-, más humano se vuelve y más perfecciona sus capacidades. Por el contrario, cuanto más se empeña el hombre en conseguir la autorrealización, más se le escapa, pues la verdadera autorrealización es el efecto profundo del cumplimiento del sentido de la vida.”
De ahí, si conocemos las aspiraciones y necesidades más altas del hombre, como la de buscar significado, podremos armarnos de ellas y movilizarlas para luchar contra los males que nos aquejan.
En definitiva, haciendo mías las palabras de Benjamín Shapiro, la batalla contra la entropía jamás acaba, pues como sociedad tenemos la responsabilidad de que los logros y valores que tanto bien nos han hecho requieren ser cultivados y defendidos, pues en última instancia, con múltiples y medulares ejemplos, sabemos que nuestra forma de vida no está asegurada y puede escaparse de nuestras manos en apenas una generación.
En síntesis, se torna toral combatir estas ideologías, que han intentado reemplazar lo que en otrora llenaba la moral y la idea de que el mundo tiene un propósito y una razón de ser, ha sido una tarea, a la larga, infructuosa para estos nefastos movimientos. A pesar de ello, han causado un daño enorme que, como humanidad, nos llevará décadas reparar y siglos en sanar. Sin embargo, si no empezamos ahora a reparar el mundo, ¿cuándo lo haremos?.
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