LA GUERRA, EL AGUIJÓN CON EL QUE EL HOMBRE HIERE A SI MISMO SU CORAZÓN

La humanidad durante toda su historia siempre ha estado inmersa en conflictos bélicos, ya sea por motivos políticos, por motivos religiosos, por motivos ideológicos, por buscar expandir el territorio y tener más riquezas, etc. Los hombres desde su frágil existencia han pretendido ser pequeños dioses, pequeños dioses que han pretendido pasar por encima de la humanidad y dignidad de los demás para enaltecer sus egos, para obtener lo que ambicionan, para saciar sus ganas de poder.

Los hombres han construido imperios cuyas bases están en los cráneos y sangre de aquellos que son usados como chivos expiatorios, que han Sido usados como carne de cañón en ambos bandos solo para saciar la sed de poder de un pequeño hombrecillo rodeado de comodidades que pretende ser dios y así elevar un olimpo en la tierra. Sin embargo, muchos de esos hombres muertos en el campo de batalla, aquellos que se asesinaron entre si siguiendo las órdenes de hombres para los cuales ellos no son más que un solo número, seguramente en otras circunstancias de la vida no se hubieran asesinado, incluso pudieron haber Sido amigos. En el campo de batalla son enemigos de un bando contrario, pero en la vida son más similares de lo que podrían imaginar. En la vida cada uno tiene unos sueños, unas ilusiones, una familia, cada uno es un padre, un hijo, un esposo, un hermano, un primo.

Consecuentemente, por los anteriores motivos es que en la guerra aunque hay un bando ganador, no solo el otro bando es el perdedor, también lo es toda la humanidad. La humanidad pierde cuando una esposa queda viuda, cuando una madre entierra a su hijo, cuando un hijo entierra a su padre. Con el solo hecho de que se derrame tan solo una gota de sangre, la humanidad ha perdido. Lo anterior no quiere decir que ante una ofensa grave el hombre no deba defenderse. No quiere decir que los hombres deban permitir que se cometan atrocidades contra sus mujeres y niños, no quiere decir que se deje avanzar el mal por negligencia, cobardía o temor. Tal como decía Edmund Burke, escritor y político irlandés, «Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada». Consecuentemente según Santo Tomás de Aquino “(para la guerra) se requiere, finalmente, que sea recta la intención de los contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el bien o a evitar el mal.» El problema con los anteriores enunciados es que en la guerra ambos bandos consideran que el contrario es el malo y el suyo es el bueno.

Por otro lado, San Agustín de Hipona escribe en el libro Contra Faust ( y también es citado por Santo Tomás de Aquino) , algunas causas que pueden ayudar a clarificar cuando una causa guerrerista es mala: «En efecto, el deseo de dañar, la crueldad de vengarse, el ánimo inaplacado e implacable, la ferocidad en la lucha, la pasión de dominar y otras cosas semejantes, son, en justicia, vituperables en las guerras.» Al analizar las anteriores causas podemos ver que estás no son movidas por motivos loables sino por motivos mezquinos, llenos de odio. Es muy diferente luchar no por gusto a las armas o a la guerra sino por amor a lo que se defiende con ellas, que luchar movidos por el odio. Muchas veces los hombres saltan al campo de batalla y están dispuestos a dejar su vida en el por amor a su familia, por amor a su pueblo, para evitar que el bando contrario destruya lo que ellos aman, para evitar que sus mujeres sean violadas o asesinadas, para evitar que sus hijos sean torturados y asesinados, para evitar que su pueblo sea esclavizado, por amor a la libertad.

Lamentablemente, el corazón de algunos hombres, cuyos valores y principios son débiles, en el transcurso de la guerra se torna oscuro, perverso, malvado, a tal punto que aunque en apariencia aquel sujeto sigue pareciendo un hombre en realidad se convirtió en un orco. Un ejemplo de esto es lo que sucedió en la segunda guerra mundial con el bombardeo aliado a la ciudad de Dresde en Alemania. Es obvio que los aliados debían detener el nazismo y el fascismo, si no hubiera Sido así muchos no estuviéramos acá, no obstante, como se venía diciendo su corazón se oscureció, a tal punto que bombardearon una ciudad que no era un punto de guerra clave o estratégico. El pueblo de Dresde se escondió en los subterráneos, sin embargo, lamentablemente debido al calor excesivo del fuego en la superficie y la falta de salidas y entradas de aire, lo que debía ser su refugio se convirtió literalmente en un horno, donde estás personas murieron horneadas vivas. En ese hecho quienes debían ser protectores de la libertad cayeron al nivel tan bajo de los enemigos. Lo anterior es lo que siempre se debe evitar. Si se defiende una causa justa se debe dar ejemplo de que es así. Si luchamos por amor nuestro corazón debe ser piadoso y virtuoso, en tal punto que se debe saber y comprender que, como dice Gandalf en el «Señor de los anillos» de J.R.R Tolkien «El valor no es saber quitar una vida, sino saber cuando perdonarla», «Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. (…) ¿Puedes devolver la vida? No. Entonces no te apresures en dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.»

Dead Child
Candido Portinari1 944

Contrario a lo dicho por Gandalf, es curioso y triste ver como los mismos pueblos que dicen defender la libertad y pelear por amor a quienes se ama, premian con medallas de honor a los combatientes por actos heroicos y hazañas de guerra, actos y hazañas que se resumen en número de muertos y no se resume en el número de personas salvadas. Esto salvo algunas excepciones, por ejemplo, el caso del magnánimo y heroico Desmond Doss, premiado con la medalla de honor de los Estados Unidos de América, un objetor de conciencia estadounidense que se negó a matar a sus contrapartes japoneses en Okinawa, en el acantilado de Maeda, y en vez de eso se dedicó a salvar la vida tanto de sus compatriotas como de los japoneses, salvando así la vida de 75 de ellos. Y es que para un combatiente que luche con amor y virtud, el mayor honor no es el número de hombres caídos bajo su mano, el mayor honor y satisfacción es ver a quienes se ama indemnes de daño, ya que la vida humana es muy frágil, es más fácil destruir que construir, por ende, el fuerte tiene el deber de proteger al débil. La vida es el tesoro más grande que tiene el hombre, uno que no tiene una medida. Tristemente ese gran tesoro es el que se pierde en la guerra.

Ohh maldita guerra, maldita dispensadora de muerte que arruina y destroza la vida de los hombres, maldita enfermedad a la cual el hombre no ha encontrado cura, aquella Oz con la que la muerte siega el campo de la tierra y se lleva con ella la vida de padres, hijos y hermanos. Ohh maldita guerra cuando pararas de herir el corazón del hombre con tu aguijón ponzoñoso, cuando el mismo hombre dejará de clavarse a si mismo ese doloroso aguijón. Oh maldita guerra, el aguijón con el que el hombre hiere a si mismo su corazón.


«En la guerra hay un bando ganador, no obstante no solo el otro bando es el perdedor, también lo es toda la humanidad. La humanidad pierde cuando una esposa queda viuda, cuando una madre entierra a su hijo, cuando un hijo entierra a su padre. Con el solo  hecho de que se derrame tan solo una gota de sangre, la humanidad ha perdido.»

— José Alejandro Rosero Puentes

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