NATURALEZA MÁGICA

El ser humano, en su innata inclinación, tiende a encerrarse en las murallas de su propio ser, erigiendo un pequeño reino donde se proclama como el epicentro de la existencia. Se engalana con la ilusión de dominar, creyendo que todo lo que lo rodea ha sido forjado a medida de sus caprichos.

Mas, en esta danza, el hombre debería aprender a danzar con la naturaleza, a convertirse en una sinfonía más en este maravilloso concierto. Cuando logra que los susurros del viento y el palpitar de la tierra sean más significativos que las murallas de su ego, cuando se funde con la esencia de todo lo que le rodea, sus dudas, temores y angustias se desmoronan como un castillo de naipes. Se eleva como gigante, capaz de tocar las estrellas y explorar los rincones de la galaxia.

En este éxtasis de conexión, el hombre no se ve a sí mismo como un monarca, sino como un humilde sirviente de un reino extraordinariamente complejo y asombroso. Se transforma en un tejido integrante de la maraña de la naturaleza, donde su existencia no es la del amo, sino la del amante devoto, explorando los misterios del cosmos con la humildad de quien se sabe parte de algo infinitamente más grande.