Tierra de cobre y mineral, de cielo y mar azul, de grandes y majestuosas montañas, de un campo de café, de caña y de flores; acompañado de gente trabajadora, dispuesta a dar su vida por la patria y por el progreso; tierra fecundada para el cultivo y aprovechamiento de los recursos que en éste se encuentran. Todo esto promete un futuro esplendor, una tierra de hombres libres, de bestias domadas, un asilo contra el mundo despótico y opresor, pero incluso en el paraíso hay rastrojos y plagas, por ello nos referiremos a un evento oscuro, la Masacre de Trujillo.
En consecuencia la cruda y amarga realidad es que estas tierras ricas y fértiles no han sido más que un campo de batalla, donde se ha llevado a cabo, por casi cinco siglos, un conflicto vil, sangriento y tortuoso, el himno de Colombia en su primera estrofa reza “ceso la horrible noche, la libertad sublime, derrama las auroras de su invencible luz” parecen ser solo palabras, desde que fue concebida esta nación esas noches de nostalgia, de temor, de espanto no han cesado, la libertad flagelada a cada paso que da el campesino, el indígena, el negro, el mulato o el pobre. Este es un país cimentado en la violencia, en la muerte, en el despojo y en la opresión, de los ricos y poderosos, pero también de los desposeídos, de los marginados y las tirrias sociales.
Aunque ya se fueron los españoles, portugueses y franceses, aquí se les quedó la tragedia, la muerte, la desesperanza y el temor, que día a día se ve por estas tierras.
La masacre de Trujillo que es como se les denomina a unos indescriptibles sucesos ocurridos entre 1986 y 1994, donde no solo las masacres, sino que los secuestros, las desapariciones, las torturas, los homicidios, y las detenciones arbitrarias eran más comunes que el pan o que la lluvia.
Crímenes hoy considerados de lesa humanidad, cometidos por paramilitares acompañados de la fuerza pública colombiana, fuerzas estatales que actuaron de manera subrepticia. Las víctimas fueron señaladas como colaboradores o como guerrilleros para justificar sus muertes, hasta el mismo sacerdote Tiberio Fernández fue asesinado.
La crueldad de los crímenes y torturas que serían más tarde replicadas por los paramilitares y guerrillas socialistas en todo el país, de manera sistematizada como si de una fabrica se tratase; como el uso de motosierras para desmembrar a las víctimas, estando algunas incluso con vida, asfixiar con el método “clásico” de poner una toalla y verter chorros de agua, inducir heridas con metales calientes y luego aplicar en las heridas sal, el levantamiento de las uñas, romper uno a uno los dedos y el sacar diente por diente; no fue suficiente con matar, sino que lo hicieron de las maneras mas horribles.
Hoy todavía los sobrevivientes y las familias de estos siguen gritando, escribiendo y luchando porque aún hay impunidad de las muertes y de los crímenes.
Trujillo parece tierra maldita allí han estado varios grupos delincuenciales como el ELN, o las organizaciones del narcotráfico y del comunismo.
Lo que se vivió allí es un reflejo, es el esbozo de lo que pasó en Colombia, y en Latinoamérica en general.
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Los mismos Estados han violado toda clase de derechos, desde la dictadura de Pinochet o la de Videla, de Chavéz o los Castro, en suma el terrorismo de «Estado», si a uno ilegitimo se le puede llamar aspi, no solo se traduce con las bombas, masacres, desapariciones sino también con la venta de impunidad al mejor postor.
Miserable es un país que después de la evidencia de las tortuosas y viles muertes que se cometieron ante una población desarmada, cuyos perpetradores quedaron libres como si nunca hubiesen hecho nada, la impunidad es una forma de revictimización, de seguir haciendo presión en la herida, hoy Trujillo vive la negligencia que ya parece propia de los sistemas presidencialistas de la región, donde ni siquiera el monumento a las víctimas ha sido terminado.
El conflicto colombiano tiene varias causales, que no son de hace 100 años, sino desde antes de la propia fundación como Estado, el conflicto por la tierra es uno de ellos, históricamente esta es una lucha que se ha dado y que por supuesto se seguirá dando, una lucha por la tenencia de tierras, por un derecho del colombiano a detener y labrar la tierra.
El narcotráfico es un eje principal de la guerra, pues por más amor que se tenga entre compañeros, el marxismo no alimenta y no provee de armas, con amor comunista no se llega muy lejos si se tiene hambre, es el narcotráfico el que permitió el financiamiento de guerrillas, de paramilitares, y convirtió a territorios como Trujillo en campos de batalla donde unos luchan con nosotros para la tenencia de rutas, de cultivos y de la mano de obra; y por supuesto la falta de oportunidades, la brecha social, la disonancia campo-ciudad, la degradación de los asentamientos y de los territorios, la poca o nula presencia del Estado. Todo esto junto hizo un caldo de cultivo perfecto para la violencia que parece endémica de esta zona del mundo.
Prohibido olvidar, la memoria transforma el dolor en esperanza, la muerte en vida, la impunidad en justicia.
También disponible en: https://blog.unilibre.edu.co/news/masacre-de-trujillo-y-los-vientos-de-guerra/