Jerusalén de oro, plena de luz, ciudad que rememora una aleación de asombro y devoción en el corazón de aquellos que la visitan. Sus calles están imbuidas de historia y espiritualidad, y sus muros guardan secretos, tragedias y comedias milenarias.
En el aire claro como el vino, se puede sentir la esencia de los pinos, mientras el viento del atardecer susurra acordes que se entrelazan con el sonido distante de las campanas y el Shofar.
En este espectáculo de quietud y misterio, el árbol y la piedra duermen en la solitaria ciudad. Jerusalén, cuna de antiguas tradiciones y hogar de cardinales creencias, alberga en sus murallas los sueños cautivos de aquellos que anhelan el shalom -la paz- y la redención.
Jerusalén, una ciudad que flamea con un brillo único, como el oro y el bronce, plena de luz. Es en este lugar santo donde el deseo de ser un instrumento para su cantar se hace más fuerte. Quienes se sienten atraídos por su grandeza anhelan contribuir a la sinfonía que emana de sus calles , plazas y de su pasado.
Pero como las fuentes que se secaron y la plaza que se sumió en soledad, Jerusalén encara retos y pruebas como en el pasado. El viento clama entre las rocas, recordando la dificultad de descender por el camino de la Torá, hasta hallar respuestas en la Halajá.
A pesar de las desdichas, aquellos que han sido tocados por la esencia de Jerusalén y su fe siguen acudiendo para cantarle con sus actos su amor y devoción. Aunque conscientes de su humilde condición, los hijos más pequeños y los trovadores más insignificantes, aquellos que solo con pronunciar su nombre sagrado, sus labios arden de pasión por cumplir los preceptos.
Jerusalén, ciudad de oro y luz, faro del mundo, una fuente inagotable de inspiración. En su glorioso pasado y en su vibrante presente, se encuentran las raíces de la fe y la esperanza. Aún en los momentos más oscuros, cuando el cumplimiento e la ley flaquea, aquellos que aman a Jerusalén, sus enseñanzas, su historia se esfuerzan por no olvidarla, por enseñarla, pues reconocen que su grandeza es nuestra magnificencia.
Jerusalén, Jerusalén, de oro, bronce, plena de luz, vociferan aquellos que desean ser instrumentos en su cantar. En cada verso entonado, en cada melodía dedicada, en cada poema declamado, en cada acto buscan ser parte de la historia en movimiento de esta ciudad y de su eterna ley. En su compromiso y pasión, encuentran la forma de honrar y preservar la esencia de las mitzvot.
Jerusalén, Jerusalén, de oro, bronce, plena de luz, sigue siendo la musa de los corazones enamorados de la humanidad, pues ella trajo los cielos a la tierra, y el deseo de ser un instrumento del Eterno, llevando en cada nota el anhelo de paz, justicia y redención.
Jerusalén, Jerusalén, de oro, bronce, plena de luz, aquellos que te aman te cantan hoy y siempre.