La Miss Italia Anna Valle, veinte años, pelo negro y ojos verdes, mide 1,78 de alto y, por supuesto, no parece un monstruo tal y como había previsto el ginecólogo que, al cuarto mes del embarazo de su madre, la señora Marisa Ferrante, le dijo que era imprescindible que abortara porque corría el riesgo de dar a luz una niña con malformaciones. Un monstruo. Si es que llegaba al parto. “Se trata de un embarazo muy difícil, que puede suponer un gran peligro para usted y para la niña insistía el médico”, con la autoridad de su supuesta experiencia profesional. Pero la señora, que evidentemente atendía otras certezas, que son las que dicta el instinto de la madre, no se dejó convencer por el ginecólogo y no quiso liberarse del feto. “Yo quería a toda costa esa criatura” cuenta ahora Marisa Ferrante y “me puse en las manos de Dios, sin hacerle ningún caso al médico. No podía doblarme ante un destino tan cruel y mi tozudez me dio la razón”. Ese posible monstruo es ahora Miss Italia.
Anna Valle sabe perfectamente a quién le debe la vida, y pocas veces se ha podido decir esto de modo tan rotundo. Es por ello que tuvo un detalle estupendo cuando las aspirantes al título fueron invitadas a decir algo al público a favor de sus propias candidaturas: “Votad por mí para darle una alegría a mi madre…” dijo Anna.
«Créditos ABC Sevilla 1995. Foto de la noticia en prensa impresa.»