La razón por la que los cinco mares, Indico, Pacifico, Atlántico, Muerto y Rojo llevan dichos nombres. En el anuario de las hazañas marítimas, el intrépido navegante español Fernando de Magallanes, al adentrarse en lo que bautizó como océano Pacífico, quedó impresionado por la serenidad que lo caracterizaba durante su travesía. No obstante, la ironía de la denominación radica en que este océano, lejos de reflejar perpetua tranquilidad, se ve frecuentemente azotado por despiadados tifones y corrientes marinas que embisten sus costas con furia.

Por otra parte, la nomenclatura del océano Atlántico, tejida en los anales de la Roma antigua, se vincula a la creencia de que las montañas del Atlas marcaban el límite del mundo conocido. En este contexto, al encontrarse el océano al otro lado de estas majestuosas elevaciones, los romanos lo bautizaron como Atlántico.

Los antiguos viajeros, al explorar la región de Israel y Jordania, dejaron plasmada la denominación del Mar Muerto en las crónicas de sus travesías. La aparente ausencia de aves en vuelo sobre sus aguas llevó a la creencia de que el aire circundante era venenoso, aunque la verdadera razón radica en la escasez de recursos alimentarios. Con su alta salinidad, el Mar Muerto no alberga peces, y sus aguas inhóspitas limitan el crecimiento de flora, mientras que su salinidad excepcional garantiza que los cuerpos floten con la gracia de la ingravidez.

En cuanto al majestuoso mar Rojo, situado entre África y Asia, su nomenclatura se entrelaza con diversas razones pictóricas. Las colinas colindantes exhiben tonalidades rojizas, al igual que los arrecifes de coral y las plantas marinas que lo adornan. Esta paleta cromática se extiende incluso a las diminutas criaturas acuáticas que lo habitan.

Finalmente, el misterioso mar Negro, que separa los continentes de Europa y Asia, debe su nombre a las densas nieblas invernales que obscurecen sus aguas, creando una apariencia tenebrosa y oscura.

“El océano agita el corazón, inspira la imaginación y trae alegría eterna al alma.”

Robert Wyland

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