EL OTRO FRENTE DE GUERRA DE HAMÁS

Santiago Pérez Hernández

En esta ocasión, me permito elevar mis palabras con el propósito de recalcar la apremiante necesidad de desafiar la mudez, rindiendo tributo a las expresiones del ilustre Rav A. I. Kook, quien escribió con inquebrantable fervor: “No hablo porque poseo la capacidad de hacerlo; hablo porque carezco de la capacidad de quedarme en silencio”, no puedo callar, cuando las mentiras y el odio se generalizan en el mundo, por ello la imperiosa necesidad de hablar sobre el otro frente de guerra de Hamás.

Deseo subrayar antes de abordar el punto en cuestión, el conflicto en el oriente próximo; que es infrecuente que nos detengamos a reflexionar sobre la revolución que supone la comunicación en nuestros días. Desde tiempos inmemorables, cuando el hombre descubrió y perfeccionó la escritura, este arte se ha erigido como un acto necesario, una forma de resistencia al silencio, un acto de rebelión contra el tiempo.

Hoy, sin embargo, ya no recurrimos a tablillas o papiros, sino a pantallas y teclados que nos transportan a otros universos, eras, y cosmos. Lo que decimos, lo que escribimos, se puede compartir de manera instantánea con millones de personas alrededor del mundo. Incluso si hablan idiomas desconocidos, la tecnología permite traducciones instantáneas. Las barreras del lenguaje se están desmoronando, y este avance, este milagro si se quiere, es un logro monumental. Con todo, tan hermosa y útil como puede ser esta herramienta, también puede ser un arma peligrosa, como lo demuestran en este preciso instante, los grupos terroristas en Gaza y en Oriente Próximo, sin desmerito de los regímenes totalitarios.

En este paisaje tumultuoso, se alza un nuevo campo de confrontación, de guerra, marcado por la desinformación, la manipulación de información, el sesgo y la censura. Este maquiavélico modus operandi constituye el epicentro de actuación de regímenes y grupos cuyo principal propósito reside en distorsionar de manera sistemática la percepción de la realidad, en aras de influir en la opinión pública y de erigirse como victimas morales y justas, incluso cuando son perpetradores de actos condenables.

Este fenómeno, más allá de su insidiosa naturaleza, ostenta un poder impresionante, pues logra, con eficacia inquietante, invertir los papeles en la narrativa colectiva. De esta manera, el agresor se transmuta en el agredido, el amigo se convierte en enemigo, y la víctima es metamorfoseada en verdugo. Las artimañas de estos grupos van más allá de la simple censura, alcanzando el nivel de la manipulación maestra de la percepción, tejiendo un entramado de información que altera los cimientos mismos de la realidad objetiva.

Vale decir que este viraje perverso en la percepción pública se convierte en una herramienta poderosa que sirve en el actual conflicto, para consolidar el apoyo interno e internacional a pesar de sus acciones cuestionables. Se trata de una astuta inversión de la lógica, donde los perpetradores se presentan como inocentes víctimas, mientras los auténticos afectados se ven acusados de ser los causantes de su propio infortunio. Es un teatro de espejismos en el que la verdad se desvanece y las máscaras se multiplican, un entorno en el que la narrativa reinventa la realidad a voluntad, orquestando una confusión colectiva que socava la esencia misma de la verdad y la justicia.

De allí, la trascendental importancia de los medios de comunicación libres y su incuestionable valor en nuestra sociedad, la cual se ilustra de manera vívida al retrotraernos a los albores del Renacimiento, marcados por la revolucionaria invención de la imprenta de Gutenberg. La propagación de conocimiento y la democratización de la información que esta innovación desencadenó las bases para una era de avances intelectuales y culturales sin precedentes. No obstante, la lección de la libertad de prensa como salvaguardia de la verdad y la participación ciudadana no se limita a un solo punto en la historia; perdura y adquiere aún más fuerza a medida que progresamos hacia la formación de estados liberales.

La libertad de prensa, como pilar fundamental de las democracias modernas, se alza como uno de los logros más preeminentes de nuestra sociedad. Se considera un derecho tan fundamental que tanto el estado como el derecho están investidos de la responsabilidad innegable de protegerla y preservarla. Sin embargo, mientras en los bastiones democráticos se valora y protege este derecho con celo, existen regímenes que, en su hostilidad hacia las conquistas de la libertad, tratan de socavar y debilitar la libertad de prensa. Estos regímenes buscan incesantemente imponer su versión sesgada de la realidad, su verdad distorsionada, a su población.

Así por ejemplo, cuando un presidente o una figura de alta jerarquía gubernamental embiste contra la libertad de expresión, sus acciones no representan un simple desafío a los derechos individuales; constituyen un ataque directo a nuestras sociedades y sus logros colectivos. Estos líderes, al obstruir la libre circulación de ideas y la verdad, entran en colisión con los fundamentos democráticos que sostienen nuestras sociedades.

Esta retórica agresiva contra los medios libres se traduce en una declaración de guerra a los principios de apertura, verdad y progreso que se han forjado laboriosamente a lo largo de los siglos. Es un intento despiadado de socavar los pilares de los valores democráticos, una maniobra peligrosa que procura sustituir el diálogo, la transparencia y las libertades individuales por una uniformidad asfixiante que se contrapone radicalmente a las aspiraciones democráticas que apreciamos y valoramos profundamente, en suma, lo que hace Hamás, sus colaboradores y seguidores.

Dicho lo anterior, nuestra carga de responsabilidad radica, en estos tiempos donde la información fluye abundantemente, en dirigir nuestra atención hacia fuentes mediáticas profesionales e imparciales, que hacen de la búsqueda de la verdad su misión primordial. Se vuelve imperativo el deber de no limitarnos a replicar lo que vemos o leemos, sino de adentrarnos en un ejercicio de verificación rigurosa. La responsabilidad de discernir con agudeza entre lo que es veraz y lo que es falsificado recae directamente sobre cada uno de nosotros. Es imperioso, por tanto, trascender la superficie de los titulares y resistir la tentación de la complacencia con la información superflua.

Ahora bien, definitivamente en el ámbito de la existencia, en la vida cotidiana, y en las páginas de la historia, rara vez encontramos dualidades absolutas de bien y mal. El mundo, con su vastedad, intrincada complejidad y matices, se resiste a ser reducido a una dicotomía blanco y negro. En lugar de asumir una postura simplista que consiste en la demonización de un lado y la santificación del otro, es esencial reconocer que existen zonas grises que escapan de cualquier categorización definitiva.

Aun con ello hoy, podemos observar de manera objetiva la existencia de individuos que abrazan una ideología terrorista, que actúan como agentes de destrucción y portadores de muerte, convirtiéndose en enemigos no solo de Israel, sino de la humanidad en su conjunto al atacar indiscriminadamente a su propia población.

En última instancia, defender a aquellos que encarnan la siniestra confluencia de elementos destructivos equivale a abrazar un oscuro legado de muerte, violencia, tortura, misoginia y radicalismo. No podemos, en ninguna circunstancia, brindar un refugio intelectual o moral a individuos comprometidos con tales acciones. En cambio, se hace necesario promover una comprensión más profunda de la realidad que nos rodea. Al hacerlo, podemos abrazar la matizada naturaleza de los conflictos que en antaño surgieron, trascendiendo las simplificaciones de buenos y malos. Este discernimiento lúcido y el compromiso inquebrantable con la verdad y la justicia son los cimientos sobre los cuales podemos edificar un camino hacia una visión más completa, libre de manipulaciones.

También, es imperante reconocer la ironía palpable en el devenir de la historia. En un momento sombrío, en otrora, el pueblo judío se vio sometido a un proceso que rozó el abismo del exterminio. Fueron despojados de sus bienes, se les negaron sus derechos políticos, civiles, económicos y culturales. La ciudadanía, la nacionalidad y por consiguiente su humanidad les fueron arrebatadas, y se les transportó en condiciones inhumanas en trenes de ganado hacia campos de concentración donde la hambruna y la extenuación los acosaban constantemente. La tragedia llegó a su punto culminante con el horror de las cámaras de gas. En ese tiempo, un mundo que podía haber intervenido optó por el silencio, relegando la causa judía a un segundo plano, cegado por otras prioridades que consideraba más apremiantes.

De manera aún más sorprendente, tras esta devastadora experiencia, surgieron acusaciones contra los propios judíos, culpándolos de pasividad y negligencia en su defensa. Incluso los líderes de las comunidades judías fueron señalados como colaboracionistas en un cruel giro que pretendía responsabilizar a las víctimas de su propio infortunio. Este punto de vista encontró su máxima expresión en los textos de Hannah Arendt, quien, en su obra, cuestionó a las víctimas y las consideró, en parte, responsables de su destino.

No obstante, es fundamental reconocer que, a medida que se han desplegado los hechos objetivos y se ha profundizado en la comprensión de la Shoá -Genocidio perpetrado por los Nazis-, estas perspectivas han sido ampliamente refutadas. La obra de Peter Hayes, «Las razones del mal», por ejemplo, ha contribuido significativamente a desacreditar las acusaciones injustas lanzadas contra el pueblo judío. Este triste episodio demuestra cómo los hechos son manipulados y pueden ser tergiversadas, incluso malinterpretados.

Se debe agregar que, en la actualidad, tras superar innumerables obstáculos a lo largo de los siglos, incluyendo un éxodo de casi 1,878 años desde la destrucción del Templo de Jerusalén o Beit Hamikdash, el pueblo judío ha establecido su propio Estado en Israel. Sin embargo, paradójicamente, este esfuerzo por mantener su identidad y territorio ha suscitado una nueva ola de críticas y cuestionamientos por parte de la comunidad internacional. En medio de tales desafíos, Israel ha manifestado de manera inequívoca su determinación de proteger su soberanía y su gente, haciendo eco de la noción de que las opiniones críticas, en última instancia, carecen de relevancia cuando se trata de la seguridad y la supervivencia, máxime cuando los críticos en otrora les abandonaron y traicionaron.

A condición de esto, resulta exasperante, observar a individuos que emiten juicios precipitados y replican opiniones ajenas sobre un conflicto que no comprenden en su totalidad. Estas críticas a menudo provienen de personas que no pueden ubicar en un mapa el lugar donde se desarrolla el conflicto, que no han invertido tiempo en conocer la cultura y la historia de los pueblos involucrados, e incluso que padecen una falta de entendimiento acerca de los conflictos en sus propias naciones. Lo más preocupante es que, a menudo, estas personas se abstienen de cuestionar las acciones de sus propios líderes o no alzan la voz cuando el terrorismo y la inestabilidad crecen en su propia tierra.

El problema no radica en la falta de inteligencia, sino en la complacencia en la ignorancia y la renuencia a profundizar en la comprensión de la complejidad del conflicto árabe-israelí. Este conflicto no puede ser aprehendido en su totalidad simplemente retrocediendo hasta 1948; se requiere un examen más profundo que abarque la historia, la cultura y las dinámicas políticas y religiosas que se han entrelazado en la región durante siglos. Comprender a los árabes y los musulmanes, el surgimiento y la evolución del islam, así como el sionismo y su significado tanto ideológico como político, demanda un esfuerzo sostenido y un compromiso genuino con la adquisición de conocimiento, no solo con la réplica del efímero conocimiento de la web.

Como resultado de lo anterior, se manifiesta claramente que el acceso a la información y las herramientas de comunicación son poderosas, pero junto con ese poder viene una ineludible responsabilidad. En un mundo donde la información fluye constantemente, se nos encomienda la tarea de buscar la verdad, de escudriñar la información antes de propagarla y de ser receptivos a una pluralidad de perspectivas antes de forjar nuestras opiniones.

Este deber de discernimiento y apertura se torna aún más crucial en contextos de conflictos globales, como el caso del conflicto árabe-israelí. En lugar de ceder a juicios apresurados o visiones sesgadas, es esencial comprometerse a entender la complejidad de estos asuntos. Solo a través de este esfuerzo dedicado y una comprensión profunda, podemos aspirar a un diálogo informado y constructivo, que allane el camino hacia la paz y la mutua comprensión. En última instancia, no debemos limitarnos a adoptar lo que sentimos o creemos sin cuestionarlo, y mucho menos basarnos exclusivamente en lo que se nos presenta en las redes sociales.

<El dolor que atraviesa la historia no se puede reparar, los vacíos son imposibles de llenar, pero la tarea de documentarse y testificar nunca será en vano. El incesante olvido engullirá todo, a no ser que le opongamos el esfuerzo abnegado de registrar lo que fue. Las generaciones futuras tienen derecho a reclamarnos el relato del pasado>

Irene Vallejo

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Un comentario

  1. Estupendo análisis, interesante

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